Abrió los ojos, presa del temor, sumido en la más completa oscuridad. No distinguía ni una silueta a su alrededor, y eso aumentaba su nerviosismo. De repente, un camino se dibujó a sus pies como un haz de luz, mas todo lo demás continuaba en penumbras. Comenzó la marcha respirando agitadamente, mientras un ligero vaho brotaba de sus labios, producto del frío reinante.
El camino seguía y seguía, como si no tuviera final. Parecía que circulaba en espiral todo el tiempo, extraña ilusión que lo llevó a pensar que su viaje terminaba al comienzo. Le resultaba hasta irónico imaginarse eso. Vestía como un rey, pero avanzaba a tientas, torpemente, cual perdido vagabundo.
Las sombras parecían querer tragarlo, mas una pequeña luz de esperanza en su interior lo empujaba a luchar contra ellas, aunque no podía evitar sentirse abatido. Los músculos de sus piernas aullaban en señal de protesta frente a la ardua caminata, y la sangre parecía negarse a circular por ellas. Sus huesos chirriaban sonoramente, emulando a una herrumbrosa puerta al abrirse y cerrarse.
El pánico se adueñaba de su cuerpo y mente, aunque no parecía encontrarse realmente en peligro. Súbitamente, sus piernas se negaron a seguir participando de esa infructuosa travesía, y se frenaron en seco. Se sentó, apoyando las sienes sobre sus puños cerrados. Gruesas lágrimas saladas de impotencia brotaban de sus enrojecidos y cansados ojos, y su mente comenzó a volar y a recorrer uno a uno sus recuerdos, reflexionando sobre cada uno de ellos.
El tiempo que estuvo allí sentado, no se puede contar, pues en ese sitio los minutos pueden ser horas, y las horas pueden ser minutos. Tiempo que se escurrió como arena entre los dedos mientras ahondaba en los más profundos rincones de su subconsciente, arrancándole nuevos significados y sentidos a todos aquellos recuerdos y memorias que se atesoraban allí, consiguiendo encontrar una nueva visión sobre su vida.
Casi sin darse cuenta, del camino comenzaron a brotar otros caminos, y de estos caminos aún más, hasta confundirse entre ellos, cruzándose de un lado a otro. En un punto lejano, muy por encima de su cabeza, y a sus espaldas, comenzó a brillar tenuemente un pequeño punto de luz, que lentamente comenzó a ensancharse y a hacerse tan brillante como el mismo sol. Cegado, se llevó las manos a los ojos, intentando protegerlos del dañino resplandor.
Retiró tímidamente una mano, e inmediatamente la otra. La luz ya no hería sus ojos. El brillo se había calmado, y ese profundo sentimiento de desesperanza en su interior fue rápidamente reemplazado por la más grande de las incredulidades. Un mundo completamente iluminado y nuevo se alzaba ante sus ojos, lleno de caminos y direcciones diferentes. No había rastro alguno de la oscuridad anterior. Sorprendido, se rascó la cabeza, intentando comprender que había pasado. Su duda se develó en cuestión de segundos.
ENSANCHA TU MENTE, Y ENSANCHARÁS TU MUNDO.
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