"Entra, desconocido, pero ten cuidado con lo que le espera al pecado de la codicia, porque aquellos que toman, pero no se lo han ganado, deberán pagar en cambio mucho más, así que si buscas por debajo de nuestro suelo un tesoro que nunca fue tuyo, ladrón, te lo hemos advertido, ten cuidado de encontrar aquí algo más que un tesoro..."

lunes, 18 de junio de 2012

OSCURIDAD ABSOLUTA


Oscuridad absoluta. Abrió lentamente los ojos y echó un rápido y triste vistazo a la habitación a su alrededor. Su mirada se dirigió hacia el antiguo y enorme reloj de péndulo que descansaba unos cuantos centímetros a su derecha. Las manecillas parecían moverse cada vez más lento, conforme pasaban los segundos, el tiempo se hacía eterno.

Soledad. Acompañada únicamente por el tenue resplandor de unas pocas velas que reposaban sin propósito sobre una milenaria mesa de caoba pulida. El tic tac suave del reloj se expandía en ese completo silencio, reproduciéndose como un golpe sordo y seco que perturbaba la quietud del penumbroso ambiente.

Ansiedad. Sus cinco sentidos estaban alerta y más agudos que nunca, aguardando por un evento que desconocían. El descontrolado aullido del viento en el exterior representaba la ilusión de una jauría de lobos hambrientos acechando en las tinieblas la llegada de su presa. Un escalofrío le recorrió el cuerpo, tensando sus músculos y poniéndola nerviosa. Los latidos acompasados de su corazón se transformaron en violentos golpes en su pecho, tan fuertes que podrían haber despertado de la muerte a aquellos que ya están sumidos en un sueño perpetuo.

Eternidad. El tiempo parecía no avanzar; al contrario, parecía ir en sentido inverso. La ausencia de sonido, la monotonía, engañaban a la mente y le daban a la escena un tinte de tiempo muerto, detenido, un momento sostenido a lo largo de la infinidad.

Un rayo surcó con fiereza el cielo, seguido del rugido ensordecedor de un trueno. La puerta se abrió de par en par, dejando entrar desatadas corrientes de viento. La puerta golpeó contra el muro, y las llamas vibrantes de las velas se zarandearon de un lado a otro, pero sin apagarse. Sobresaltada, dirigió sus profundos y cristalinos ojos hacia el rectángulo de luz enmarcado en el umbral, con la tibia esperanza de que ingresara por el, aquel que nunca iba a llegar, aquel a quien esperaba.

Los segundos que sostuvo la mirada parecieron ser horas. Abatida, apartó la vista y se puso de pie, caminó en dirección al umbral lentamente y cerró la puerta con cuidado. El silbido del viento se acalló, y la habitación volvió a sumirse en la quietud. Delicadamente, se sentó en un viejo sofá, a pocos centímetros de la mesa. Con elegancia, se inclinó hacia adelante y, una por una, fue apagando las velas. Cerró nuevamente los ojos.

Oscuridad absoluta.

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